En la entrada “Las más bullangueras” hablamos un poco sobre algunas características del canto de las aves. Muchas veces “juzgamos” a los animales que nos rodean de acuerdo a nuestros propios criterios “humanos” y decidimos que una mariposa es bella y debemos protegerla pero no opinamos lo mismo de la oruga que fue en su anterior etapa de metamorfosis... Nos agradan las ranas si sabemos que se pueden alimentar con las larvas del mosquito del dengue pero no admitimos que naden en nuestras piletas de natación... y adoramos a las aves salvo si nos despiertan a la madrugada o durante la siesta, o si se comen los frutos de nuestras plantas (recientemente adquiridas en viveros de moda) o si ensucian nuestros autos con sus deposiciones o nos atacan si pasamos cerca de sus nidos...
¿Por qué aclaro esto? Porque cualquier apreciación que hagamos relacionada con la belleza o armonía de un canto, va a ser totalmente subjetiva y teñida por nuestras discutibles escalas de valores... El canto más disonante a nuestros oídos es, seguramente, una poderosísima arma de seducción o un atemorizante grito de advertencia o alarma para la especie que lo provoca. Los invito a no perder de vista esto y a que descubramos la belleza intrínseca de cada expresión de la naturaleza.
Aclarado esto, podemos permitirnos disfrutar “a nuestra manera” del canto de las aves.
Posiblemente la primera aproximación del hombre primitivo a la música haya tenido que ver con imitaciones del canto de las aves. Estos, además, han servido de inspiración a poetas, escritores y naturalmente a músicos de todas las épocas y de todas las regiones del mundo.
Una última observación... Esta virtud que poseen algunas aves de deleitarnos con sus cantos, lamentablemente termina condenándolas, muchas veces, al encierro en jaulas...