Cosas de chico: territorio

El territorio de un chico no tiene formas regulares, no está delimitado por líneas municipales ni medianeras y no reconoce propiedades privadas... Es amorfo y cambiante... Durante nuestra infancia, la zona de intervención abarcaba la calle, las veredas, los frentes y entradas a las casas (en aquel entonces sin rejas) y los terrenos baldíos...

En nuestro barrio teníamos dos terrenos baldíos con características y usos específicos:

El terreno de calle 4 entre 15 y Pellegrini era nuestra cancha de fútbol. Con su parte central completamente desprovista de pasto (por el uso intensivo y nuestra forma precaria de juego: todos detrás de la pelota, sin posiciones ni puestos). El pasto aparecía tímidamente hacia los laterales y se convertía en yuyal inmediatamente después de los límites imaginarios del campo de juego (que por la forma de juego mencionada tenía un aspecto ovalado más que rectangular). Los arcos estaban representados indistintamente por abrigos, latas, palitos o ladrillos y allí se terminaba la infraestructura.

Los equipos se armaban de forma heterogénea con los pocos chicos que vivíamos en la zona y a veces alcanzaba solamente para practicar tiros al arco, mano a mano. Creo que había una o dos pelotas de cuero en el barrio o sino: la de goma (que había que cuidar para que no se pinchara y perdiera automáticamente su personalidad)


Beto Correa, Dany y Juanjo en la canchita, con la de cuero

Nunca hubo “cuorum” para armar un equipo competitivo (como pasaba en otros barrios, como por ejemplo en Pellegrini, con los hermanos Enrique, Marcelo y Fernando Ciciarelli, Alberto Gerardi, Eddy Duboux, Roberto Parenza, Daniel y Alejandro Rubio y otros), así que el nuestro siempre fue un fútbol “de cabotaje” y amateur.

El otro terreno baldío, “el campito”, estaba en 15 y Jorge Bell, donde ahora están los locales identificados con la casuarina que quedó en pié (de las 3 que había). Este era el territorio de aventuras y contacto con la naturaleza salvaje. El terreno estaba cruzado en diagonal por “el caminito”: una senda que permitía ahorrar algunos metros de marcha y separaba el basural (en el triángulo más externo) de la zona “inexplorada” (en el triángulo interior).

En aquella época la recolección de basura era bastante precaria e innecesaria: no había mucha basura... todo se envolvía con papel de diario o de estraza (en el mejor de los casos) y la gente hacía sus mandados con la bolsita. La basura se sacaba en baldes o latas (nosotros teníamos un cajón de madera con tapa de chapa de zinc, hecho por mi viejo) y “el basurero” volcaba el contenido en un carro tirado por un caballo. Al terreno iban a parar (con suerte) las ramas, hojas y pasto y regularmente algún vecino o alguno de nosotros les prendíamos fuego. Cada tanto alguno se “avivaba” y se deshacía de escombros, vidrios o metales y el proceso de limpieza se complicaba...

Del otro lado del “caminito” estaba el pastizal, la zona salvaje... A la derecha: la medianera de los Cremonessi, a la izquierda: el cerco de ligustro de los Rodrigo, en la esquina del fondo un pequeño cañaveral y el resto del terreno incluía diversas especies vegetales y ocultaba algunas sorpresas, a saber:

Trampas: Consistían en pozos apenas cubiertos con ramitas: Eran construidas por nosotros para defendernos de eventuales invasiones de ordas de atacantes de otros barrios. Regularmente las tapábamos y volvíamos a construir otras nuevas en otros lugares, para burlar eventuales tareas de inteligencias del enemigo.

Hormigueros: En aquella época había tres clases de hormigas: Las negras (cortadoras de hojas), las coloradas chiquititas (dulceras) y las coloradas grandes (carniceras). Estas últimas eran alimentadas por nosotros con las cabezas de los pollos y gallinas (porque en aquella época los pollos tenías patas y cabeza...) Con las patas jugábamos tirando con una pinza de los tendones y provocando simpáticos movimientos de los dedos y las cabezas eran enterradas rápidamente dentro del hormiguero y dejadas durante algunos días para que las hormigas las limpiaran totalmente. Estos cráneos eran luego utilizados como adornos en nuestras repisas (para felicidad de nuestras madres)

Casitas: También denominadas “cafúas”, las construíamos con las ramas de podas tiradas en el basurero. Aprovechábamos también el cañaveral como parte de la construcción (y para enmascaralas y que no fueran detectadas por los enemigos). Siempre incluían detalles de confort y seguridad como múltiples vías de escape, miradores, depósito de armas, alguna revista, víveres, etc.

Tumbas: Estas tierras recibieron generosamente a todas nuestras mascotas muertas... Andrés me informó recientemente que entre otras mascotas hay un pingüino.... Allí están todavía, debajo del segundo local, los huesos de nuestra popular perra “Loba”, que se obsesionaba con dormir en Pinocho, debajo de la escalera...



Juanjo y "Loba"

Un día la Municipalidad obligó a alambrar el terreno y alli quedaron nuestras trampas, los hormigueros y una importante parte de nuestras infancias...

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1 comentario:

  1. ... se me puso ka piel de gallina al leer estas lineas. Prometo armarme de memoria y tiempo y contar algunas de las anécdotas de nuestro querido campito, el lugar donde nuestra infancia fue eterna, Cuando la 15 era de tierra... Gracias Juanjo

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