De eso se trataba la infancia... Algunas responsabilidades mínimas, como los mandados por el barrio y algunas reglas de oro que había que cumplir: respeto a los mayores, los deberes, avisar siempre dónde estábamos, no hacer bochinche a la hora de la siesta y usar los patines cuando pisábamos el parquet. El resto del día: jugar.
Pero para algunos juegos se necesitan compañeros y eso no siempre era fácil de resolver. En mi barrio, por un lado, estaban “los más grandes”: los mellizos Luis y Carlos Cappolongo, mi primo Tito Draghi, Gola, “Cachi”, “Belve”... Nos llevaban unos pocos años, pero a esas edades las diferencias se transforman en barreras casi infranqueables; salvo cuando uno resulta “funcional” a las ocurrencias de dichos mayores. Esta era la forma en que nos ganábamos algún derecho a estar entre ellos: sirviéndoles de entretenimiento y dejándonos admirar por sus declaradas proezas...
Ellos, con sus cuentos y divagues, nos mostraban posibilidades insospechadas, nos abrían (peligrosamente) la cabeza con nuevas ideas y con dosis homeopáticas nos iban matando la inocencia.... Ellos fueron nuestros improvisados instructores en Educación Sexual Básica y nos “avivaron” (con material didáctico de calidad objetable y algo ajado y maltrecho por el uso)
Nosotros sentíamos que en un nivel “inferior” al nuestro estaban los más chicos: Dany y Andrés (mis hermanos), el Gury Gloria, Esteban y Sebastián Meso... De alguna manera nosotros intentábamos ejercer sobre ellos la misma ley del gallinero que nos aplicaban los primeros nombrados. Las jerarquías son muy marcadas a esas edades y se empieza a ensayar para lo que vendrá después. Dice Andrés que nosotros los hacíamos pelear entre ellos por puro placer y búsqueda de entretenimiento... Yo no me acuerdo, pero por las dudas preferiría negar esa afirmación...
Nosotros, la "barra", éramos apenas cuatro de más o menos la misma edad: Beto, Carlos, Edgardo y yo. Si no se arrimaba algún vecino conocido o compartíamos con los más chicos, se hacía difícil organizar juegos de equipo, por eso resultaban más apropiados los individuales. Recién cuando se arrimaba alguien más había posibilidades de escondidas, mancha o fulbito.
Fondo: Juanjo Vendramin, Carlos Gloria, ??, Enrique Ciciarelli Medio: Marcelo Ciciarelli, Beto Correa Adelante: Daniel Vendramin, Roberto Gloria, Nestor Rostagno
En realidad mi amigo del alma, de toda la infancia, fue “Beto” Correa (el doctor Correa, como premonitoriamente lo había bautizado mi abuelo, viéndolo tan correcto y prolijo con su valijita de Jardín de Infantes de cartón cuero). Además de ser compañeros de colegio, vivíamos uno casi en frente del otro y nuestras casas se integraban, junto con la vereda, la calle y el baldío de la esquina en un único territorio común. Entre otras cosas, compartíamos menúes: yo comía en su casa cada vez que Estrella (su mamá) hacía ravioles y Beto venía a la mía cuando la mía hacía milanesas...
Posando, en la canchita de 4, junto a Beto (izquierda) y mi hermano Daniel
Uno de los juegos habituales era "las bolitas". En algún sector pelado del patio, en la vereda o hasta en la misma calle (de tierra), los “orpis” se mantenían siempre despejados y prolijamente definidos (no nos gustaban las “ollas”). Los “laces” ya estaban marcados a fuego en la tierra pero no nos imponían límites: más de una vez, un “pérsiga hasta la muerte” nos llevó hasta la esquina de calle 4 intentando una “quema”...
Con las bolitas se aprende a negociar, concensuar y aceptar reglas: los “cantes” de “cola”, “cola reple” o “cola reple hasta la casita de Diós”, “chanta y cuarta paga doble”, “empena desempena” o el “vale cuarta” pautaban cada juego, imponiendo variantes y modalidades.
De la misma manera, la posibilidad de cambiar de bolita durante el juego o pagar con piojitos, fueron nuestros primeros contratos formales. Entre lecheritas, aceritos, bolones y japonesas, aprendimos a perder y a ganar, pactando y respetando nuestras propias reglas de juego. También aprendimos biología cazando renacuajos en las zanjas o enterrando cabezas de gallina en los hormigueros, investigamos la fabricación de jabón usando frutos de aromo, hicimos gimnasia andando en bicicleta y trepando árboles, nos acercamos a la mecánica y a la carpintería fabricando kartings de rulemanes y nos probamos como arquitectos y constructores de casitas en los baldíos, peleamos todas las guerras posibles (queriendo ser siempre el cowboy, el policía o un sargento norteamericano... nunca el indio ni el ladrón) y cuando algo no estaba a nuestro alcance: lo imaginábamos....
La única pantalla que se encendía era la del Capitán Piluso o Disneylandia y los únicos botones que pulsábamos eran los de los timbres vecinos (antes de salir rajando)
De eso se trataba el tiempo de nuestra infancia: jugar, jugar y jugar.
Dedicado a Beto Correa, en su cumpleaños...
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Los que promocionaban las peleas eran los amigos de la barra de Daniel, pero no fueron tantas veces. Juanjo, segui escribiendo asi de lindo.
ResponderEliminarEso me libera y me deja más tranquilo... Tendrá que dar explicaciones Daniel...
ResponderEliminarQué lindo relato, Juanjo!!! Cuántos recuerdos!!!
ResponderEliminarYo, que compartimos el barrio, recuerdo las casitas que armábamos en la casa de los Rogers, sólo con las sillas del jardín. Las meriendas que tomábamos puntualmente a las 5 de la tarde y tan abundantes!!! Y jugar al Carnaval en la cuadra, de vereda a vereda!!! Y los bailes de Carnaval del Atlético.... Se podría escribir un libro... Gracias Juanjo por escribir tan lindo. Alejandra.
ResponderEliminarHola Juanjo, soy Néstor Rostagno ( amigo de Daniel ), es un gusto contactarte, muy buena la foto, te mando muchos saludos.
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