Su fallecimiento: el pasado 14 de Abril de 2010.
Conocida por todos como “Beba”, la profesora de piano de City Bell por más de cuarenta años, toda una institución en nuestro pueblo.
Nació en La Plata, desde muy pequeña tuvo la inquietud de aprender piano, lo hizo allá en Berisso (lo contaba siempre), con su primer profesora Susana Olayzola de Cáseres. Recibida en el conservatorio Fracassi de Bs As y, ya casada y con dos hijos, comenzó a dar clases tímidamente sin saber tal vez que sería el principio de una gran vocación que desarrolló con pasión toda su vida. “La música enseña a ser mejor persona, hace que los chicos sean buenos, que elijan mejor los caminos de la vida,…” decía y con su sonrisa que le ocupaba toda la cara y sus dos besos entusiastas, recibía a sus alumnos transmitiéndoles el gusto y la disciplina que implicaba el aprendizaje de cada obra de piano.
Directora del Conservatorio Wagner desde 1976 en la calle 15, pasaron por las teclas de sus pianos centenares de alumnos, de muchos de los cuales hablaba con total orgullo cuando al continuar, superaban al maestro...
“Enseñar es una satisfacción muy grande, porque se está en contacto con lo mejor de las personas, su espiritualidad”, así reflexionaba sobre su tarea cotidiana. Sin duda dejó huellas en la historia de su querido City Bell, en su familia y amigos que la apoyaron siempre y en toda la comunidad de alumnos y su entorno que de ahora en más la recordarán con cariño, toda vez que se escuche alguna música en un piano……
Desde Barcelona, enterado de tan triste noticia, un ex-alumno de la profesora Beba, quiso escribirle una carta de despedida, llena de anécdotas, emotividad y agradecimiento…….
"Hola, soy un ex-alumno de piano. Si, del conservatorio de la calle 15 de City Bell, todos lo conocen, el de Beba Zanotti, claro. Recién pasé por acá por casualidad por el Conservatorio y noté algo distinto. No sé, me volví, pasé de nuevo, miré una y otra vez para descubrir qué podría ser. Miré para abajo, la vereda gastada de tantos pies chiquitos yendo y viniendo a clase de piano, normal!. Miré la entrada, con su ya clásico rótulo de bronce, igual, más viejito, pero ahí está. El jardín de la entrada, igual. Esperé, escuché un rato..., era el silencio. ¡Era eso!. Hoy, como cada día al pasar por la vereda, ya no oí ese inconfundible concierto de varios pianos aporreados a la vez, cada uno tocando algo distinto repitiendo sin parar, y que de fondo se oía una voz con vigor: “y.... uno... y.... dos.... ¡y..... tres!, ....y ahora otra vez desde el principio....!”. Así contaba ella los compases una y otra vez, sin cansancio, siempre con su firme sonrisa atada a su voz. Amable, firme, correcta, alegre, siempre bien arreglada como para ir a una fiesta con sus permanentes aros y sus sonoros tacones, nos deslumbraba, nos infundía un cariñoso respeto. No te podías hacer el loco ni hacerle trampa! Te clavaba una mirada que no necesitaba traducción. Siempre para nosotros ella era “La Profesora”. La quisimos mucho. Es increíble, pero tardé en enterarme que en confianza le llamaban “Beba”. Aún no conozco su verdadero nombre, te lo juro.
No se cómo tardé en darme cuenta del silencio. Me extraña tanto que me quedo un rato a esperar, apoyado contra los tapiales como hacía de chico cuando nos quedábamos charlando con los “compis” en la puerta. Mientras espero, -a que todo vuelva a sonar como antes-, me empiezan a llegar recuerdos, especialmente de la época de los exámenes finales. ¡Qué nervios!. Era siempre en verano, las clases ya habían terminado pero nosotros, “los de piano”, repasábamos como locos las lecciones de teoría y solfeo y apretábamos los pedales del piano con fuerza: “¡eso no es un acelerador!”, nos retaba. Éramos un montón de chicos y chicas con nudos en la barriga porque, ella nos había enseñado también, nos jugábamos el respeto y la autoestima de todo un año de trabajo y de estudio. Salíamos radiantes cuando salíamos airosos (sino no nos dejaba examinar), algunos con medalla, todos con diploma. Muchos salíamos llorando del examen, aunque nos fuese bien. ¡Qué orgullo para nosotros!, mucho más para nuestros padres. El “Conservatorio Wagner” cambiaba para esos días, era el mismo lugar, pero el entorno, la situación, el “Señor Inspector” y el susto que teníamos nos transportaba imagináriamente a Viena junto al mismísimo Mozart, Hannon, Cherny, Liszt, Bach, y hasta Piazzola sonaban todos los días en esa casa, y de forma esplendorosa durante esos exámenes.
Qué tiempos. Horas y horas como complemento de clase, íbamos de casa al conservatorio y del conservatorio a casa, que en realidad era la suya, pero como si fuese la nuestra. Sus hijos, de nuestra edad, eran nuestros amigos (y tan alumnos como nosotros, claro). Su marido, Sergio, silente ángel custodio y a cargo de la logística. Un casa, nuestra casa, su conservatorio y el nuestro, como una familia. Éramos “los de piano”. ¡Sí, ¿qué pasa!? Muchas veces tenía que contestar así a compañeritos maleducados (poco educados) en el patio de clase porque pretendían mofarse de nuestra afición. Es verdad que a veces nos lo planteábamos y amagábamos con zafar, es que al final, las muñecas acababan doliendo de tanto escalas para arriba, escalas para abajo, una y otra y otra vez, horas y horas. Pero qué bueno cuando te salía bien, la sonrisa que te salía te tragaba las orejas. Qué satisfacción aprender que es un lujo la recompensa del esfuerzo: si te sale bien, bárbaro, y si te sale con arte, genial. Sin duda a todos nos marcó en algo nuestra vida, algunos y algunas siguen sus pasos enseñando como ella, otras se han profesionalizado en la música, incluso hay quien se dedica luego al rock, y otros como yo, que nos ha servido para otras cosas aparentemente dispares como las de poder comprender mejor nuestro entorno, su armonía (no solo la musical), el buen gusto en el arte, en fin, como observador – oyente, y también como ejecutor – intérprete, como digo, no sólo de música. Todavía tengo un piano, este es electrónico con todos los chiches, MIDI y todo lo demás. Hace tiempo que no toco, pero de vez en cuando sí lo hago y descubro para mi asombro cómo mis dedos aciertan a leer partituras y hasta a improvisar un poco. Qué bueno, será por tantos años de aquellos.
El otro día, mirá vos que casualidad, me encontré de repente en Viena. Me hizo gracia porque lo primero que me vino a la mente al caminar por esas calles fue esos días de exámenes en lo de Beba. ¡Me agarró un nudo en la barriga!. Me reía solo mientras volvía al hotel Royal, donde estaba parando. Elegí ese hotel por Internet, al tun-tun, porque justo tenía una oferta. Un cuatro estrellas, antiguo, muy antiguo, lleno de fotos por acá y por allá con famosos tenores y divas de la ópera. No faltaba nadie en esas fotos de alegres comensales: Montserrat Caballé, Plácido Domingo, Josep Carreras, Pavarotti, todos habían pasado por ahí. Ni me había dado cuenta de que en lobby había un piano. Me acerco, arriba hay un busto, ¡como en los pianos de Beba!. ¡No puede ser! Es el busto de Richard Wagner!. Miro en detalle y llego a entender con mi básico alemán de que ése, ese piano había pertenecido a Don Wagner, uno que usó en su estada en Viena en su mansión de la calle Hadikgasse 72, durante los años 1863 a 1864, mientras compuso la ópera "Los maestros cantores”.
Se lo hice saber Beba, sabía que le gustaría conocer esta increíble y divertida casualidad. A mi me sirvió para evocar aquellos días de mi juventud que tenía tan guardados en la memoria y a ella (luego supe), provocarle una sonrisa.
Pero ahora despierto de nuevo en calle 15..., los pianos ya no suenan y no escucho el “un, dos, tres...” y entiendo que tampoco es necesario. Su recuerdo ya lo tenemos imborrable, su vocación, su ejemplo de profesora y de persona, su sonrisa, su cariño, siguen ahí, y siguen con nosotros. Me bajo del tapial y me voy como si nada hubiese pasado, total para mí es lo mismo, me sigue pareciendo que la Profesora sigue estando ahí, esperando a que no lleguemos tarde a repaso “porque los exámenes de fin de año ya están ahí nomás y hay que prepararse bien!”. Así que querida Profesora, en silencio te dejo esta cartita acá en tu puerta por si un día te encontrás con ella y todos volveremos a recordar.
Hasta siempre, querida Profesora.
Con cariño,
Armengol
Promoción 1975
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Rosa A. Torres
periódico "Hechos y Personajes" de City Bell - Año 5, Nº 224 - Marzo de 2000