Una de las pocas responsabilidades que teníamos de chicos era hacer algunos de los mandados en los negocios del barrio. Sin hiper ni super mercados, sin congelados y con pocos conservantes, la única alternativa era la comida casera recién hecha y para eso había que ir a hacer los mandados todos los días y recorrer varios negocios para completar la lista de necesidades cotidianas.
Mis recorridos no superaban las 2 o 3 cuadras.
En materia de almacenes había varias alternativas: Doña Lidia en Pellegrini entre Jorge Bell y 4 (un almacén bastante reducido y muy barrial), el 26 en Cantilo y 7 (me quedaba demasiado lejos), Riera, en el local que había sido de los Pontalti (que conservaba algo de almacén de campo, con un sector de juguetería y bazar donde antes había funcionado un despacho de bebidas) y Kurken (con más aire de rotisería y fiambrería), pero nosotros comprábamos en lo de mi tío: Don Pedro, en Cantilo entre 1 y 2. Don Pedro gozaba de buen prestigio en el barrio por las comidas para llevar que preparaba mi tía Mercedes. El sistema de pago era, obviamente, mediante una libreta de hule en la que se registraba el detalle de lo que se compraba y se pagaba una vez por mes, lo que se identificaba mediante una raya horizontal como única constancia de cumplimiento.
Lo de Riera, con una puerta a la izquierda que daba al antiguo despacho de bebidas
Con el tiempo, el almacén de Riera pasó a manos de Martinez (Manolito) y posteriormente a Tato, y por otro lado una novedad!!! en la esquina de Jorge Bell y Pellegrini se estableció algo que se parecía a un mini mercado con un extraño nombre: “Store Where”, propiedad de Patané.
Patané tenía también una verdulería pero nosotros comprábamos en Milano (que siempre mantuvo su prestigio por la calidad de su mercadería) o en los puestos de la Feria Municipal, ubicada en aquellos años en la Plaza Belgrano (siempre los miércoles y sábados). En aquellas épocas en que la verdurita para el caldo se regalaba (y se hacía puchero), las frutas se sacaban de las plantas del propio patio y se convertían en mermeladas o conservas en época de abundancia, los limones se conservaban envueltos en papel de diario y las papas se almacenaban a granel en cajones (hasta que se llenaban de ojos), el consumo de verduras frescas no era una moda sofisticada o una indicación del nutricionista, sino la forma normal de alimentarse.
Cuando algo fallaba y había que recurrir a algún medicamento, aunque la farmacia “City Bell”, de Guglielmino, me quedaba más cerca, la gracia era ir hasta lo de Cappelletti, en la plaza Belgrano, porque el farmacéutico (y padre de mi compañero “Cococho”) siempre cumplía con el rito de regalar a todos los chicos un paquetito de confites de anís, que sacaba de una cucharada de un cajón del mostrador....
La panadería del barrio era “Sol de Mayo” (en Cantilo y 5, identificada con la familia Boff y el bueno de don Jesús) y recién cuando cerraba de vacaciones, había que caminar hasta la “Del Pueblo” (que parecía tan lejana en aquélla época)
Las tiendas eran: Sa-ho (en Cantilo entre 4 y la plaza, precursora del León Blanco), donde había que estar muy seguro de lo que uno compraba porque las dueñas eran reacias a devolver o cambiar mercadería...; la tienda “La Esperanza” de Saposnik (que dos generaciones más adelante sigue funcionando bajo el nombre de “Casapuerta” en Cantilo entre 1 y 2 o “El Rey de los Precios”, en Cantilo, pegado a la Clínica y que era atendida por un italiano muy simpático.
Los trajes del trabajo de papá se llevaban a la misma tintorería de Nakandakare (que funcionaba frente a su ubicación actual, en el local que fue de “Abuela Z”), pero los pantalones de vestir se lavaban en casa “a seco” con solvente que comprábamos en alguna de las dos ferreterías del barrio: Valenti o Bello. Me encantaba ir a las ferreterías.... particularmente me emocionaba (y me sigue gustando) cada vez que me hacían pasar detrás del mostrador para mostrarme alguna mercadería.
La entrada al depósito de Valenti, en Jorge Bell, vista desde los juegos del Club Atlético
El camión de reparto de Bello, frente al local de Cantilo y 6 y sus empleados Sergio y Miguel
Otro negocio que atrajo mi interés y colaboró en mis primeras incursiones en el mundo de la electricidad fue el “Sastre Eléctrico”, de Adjemián, que estaba en la actual galería “Gauguin” de Nilda Fernandez Uliana. Por si alguien desconoce la anécdota, el Sr Adjemián (el abuelo del fallecido actor Martín) había sido sastre y al cambiar de actividad simplemente utilizó el mismo letrero que tenía y le agregó la nueva especialidad.... Recuerdo que sobre los taparrollos de la vidriera habían quedado depositados los maniquíes, ya pasados a retiro.
Pegado al “Sastre Eléctrico” tenía su compostura de calzados Sarkis Minassian (hermano del padre de Kurken). Él era el encargado de cambiar las cámaras de nuestras pelotas de cuero y de hacer la mediasuela y taco (por enésima vez) a los zapatos escolares, para que tiraran un poco más.
Otros negocios que frecuentábamos eran la bicicleterías: la de Mengarelli primero y la de Brotto después, pero no para ajustar los cambios o “tunear” las bicis, como se hace ahora, sino para comprar gomines, parches y solución de caucho....
Si alguna vez, por esas cosas del destino, había que pensar en comida que no estuviera hecha en casa, la única opción eran las pastas de “La Madrileña”.
Completando la vuelta a la manzana, faltaría nombrar al vivero de “Tonny”, en Cantilo y 4, precursor del vivero “Di Carlo” sobre el camino Belgrano y el kiosco “El Pucho”, de Bugueiro (donde ahora está Victor), que sin saberlo funcionaba como los actuales “polirrubros” abasteciendo de todo lo que no encajaba específicamente en los rubros ya mencionados. A la derecha del colegio Estrada: la bombonería y cafetería “Los Mandarines”, de la señora de Valderrama y a la izquierda, el Correo Argentino
Entrada al colegio Estrada a fines de la década del '50
Oficina del Correo Argentino, creada en 1944
Finalmente, en la esquina de Jorge Bell y Cantilo, la “Galería Bell”, de Susana Urruchúa, donde, desde 1966, una parte de nuestra historia familiar se escribe desde el local de Pinocho.
Ive, Andrés y Loba
Y aquí, como despedida un poco de publicidad, extraída del programa de una función organizada por la "Comisión Pro Embellecimiento de City Bell" en 1960, para reunir fondos y dotar de juegos a la Plaza Belgrano (algunos recientemente removidos...)
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